Se levantó.
Se puso sus pantalones azules y su camisa blanca, abrochada hasta el cuello.
Desayunó, café con leche y un par de tostadas con manteca.
Ya en el baño, se miró al espejo. Más ojeras que hombre. Estoy cansado,
pensaba. Se cepilló los dientes. Se peinó, se perfumó. Usaba ese perfume
horrible que su esposa le había regalado para su cumpleaños. Horrible.
Salió.
Pasó en frente de la casa de su vecino, y su perro, como siempre ladró. Él se
sobresaltó. Como si no me conociera el maldito.
Saludó a la señora Perez que todas las mañanas baldeaba la vereda y regaba las
plantas. Se detuvo unos segundos, hablaron del clima y de su nieta María. Como
siempre.
Estoy cansado.
Se despidió con una falsa sonrisa y un "que tenga un buen día", a lo
que la señora Perez contestó "Igualmente. Que Dios te bendiga."
Dios. Que Dios me bendiga, claro.
Maldijo a esa vieja una vez más. Dios nunca estaba con él, él no creía en Dios.
Caminó hasta la parada de colectivo. Estoy cansado. Otra vez
demoras. Otra vez tenía que esperarlo rodeado de gente que ni si quiera
conocía. Ancianas con bolsas de compras llenas de cosas que posiblemente no les
servirían para nada.Estoy cansado de estas viejas falsas. Madres con
niños que no hacían más que mirarlo con extrañeza y mostrarles la lengua. Estoy
cansado de sus jueguitos. Y su corbata, esa maldita corbata que le ahogaba
los sueños.
Llegó el colectivo, y como todo buen hombre dejó pasar a todos antes.
"Gracias" "Que caballero" Y algunos ni siquiera lo miraban
como para agradecerle el gesto. Él sonreía. Su saliva sabía a sangre. Que
cansancio.
Ya estaba adentro. Estoy cansado de ésto. Cansado de lo mismo siempre.
Odio mi vida, odio mi vida, odio... pensaba, mientras caminaba hasta
el fondo para sentarse en el último asiento, solo, como todos los días.
v.a.l.